El joven teniente Drogo sale de su casa para ir a un lugar lejano, donde espera encontrar una nueva vida. Se dirige a un puesto fronterizo llamado Bastiano, su primer destino. Cruza un hermoso paraje desértico y una ciudad destruida por el enemigo hace ya mucho tiempo, y llega a La Fortaleza, un destacamento adecuado para los oficiales que sueñan con una brillante carrera.
Drogo se instala en una vida militar en la que no hay acción. Los tenientes, los capitanes, los comandantes, el coronel... son sombras solitarias y tristes. Mientras esperan un ataque enemigo que nunca llega, tocan diana, izan la bandera, se saludan militarmente, cumplen las ordenanzas, ascienden, enferman, envejecen... Con frecuencia, la música es íntima y está servida por un piano que desgrana sus solitarias notas en un paraje de arena y polvo, de ruinas y desolación.
Un teniente le dice al joven Drogo que el capitán Ortiz afirma haber visto unos jinetes montados en caballos blancos que vendrían del desierto; del desierto que no se ve desde la Fortaleza sino desde un puesto avanzado, del desierto que está en la frontera, en el límite de las brumas. Sólo el capitán Ortiz vio a los jinetes y nadie lo creyó. “Y sin embargo, se quedó allí, esperando”, dice el teniente. “¿Esperando a qué?”, pregunta Drogo. “Al enemigo”. Desde la Fortaleza, la ciudad destruida presenta el aspecto de un cementerio.
El teniente Drogo, argumentando que no había ido voluntario, pide el traslado. “Sólo el azar me ha traído aquí”, dice. No se lo conceden. Así que se pasa la vida como los otros oficiales.
El ahora coronel Ortiz se despide. Entra en el comedor de oficiales vestido de paisano y Drogo le ofrece un café. Luego lo acompaña a caballo hasta el desierto que ha de recorrer en sentido contrario a como la recorrió de joven.
Ahí, en ese límite que lo separa de la vejez y la vida civil, Ortiz le dice a Drogo: “Me entristece haber esperado tantos años sin saber siquiera para qué”. Reparan en que no se han estrechado la mano en todo el tiempo en que se trataron. Se la estrechan. Luego, solo en el centro del desierto, Ortiz saca la cantimplora y bebe. Le dice al caballo: “Vete”. Da unos pasos por el polvo o la arena y sale de campo. El plano nos muestra el caballo y la tierra reseca. Se oye un disparo. El caballo se asusta y corre. Se produce un vacío.
sábado, 17 de julio de 2010
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