Las
ingeniosas películas de Jacques Tati funcionan como un mecanismo en el que se
ajustan a la perfección los elementos que las componen: los ruidos y la música,
los movimientos y los gestos de los personajes, la colocación de los objetos,
etc. Tienen poco diálogo y las gracias vienen sugeridas a través de los
elementos que señalamos, administrados minuciosamente.
Uno
de los pocos discípulos de Tati es Pierre Etaix, un hombre de cine, teatro y
circo que tuvo poca suerte con el Séptimo Arte. Y es una pena, porque Le soupirant (1962) no desmerece de las
del maestro, de entre las que yo destacaría Las
vacaciones de Monsieur Hulot (1953) y Mi
tío (1958).
También
es una pena que Antonio Mercero no haya seguido por ese camino. Su primera
película, Se necesita chico, consta
de una sucesión de suaves azares que tuercen los acontecimientos provocando una
leve sonrisa, al modo de Tati y de Etaix, y es tan simpática como alguna de los
directores citados.
En
principio nos interesa resaltar la pertinencia de los ruidos y gestos. Nada más
empezar vemos un cartel en una floristería con el título de la película y poco
después a una mujer que hace unos graciosos movimientos en la acera, como si
mirara algo que espera encontrar, mientras oímos unos silbidos que llaman la
atención sobre lo que está buscando, y que se vuelven rítmicos cuando ella se
aleja sin encontrar nada; luego aparece un ciego en sentido contrario que sí
encuentra lo que parece ser una moneda que se le ha caído a la mujer. Hay que
oír los sonidos que acompañan a un muchacho que pasa por delante de la
floristería, a la llegada de la dueña, a unos hombres, etc., sin que la cámara
cambie de ubicación. No es que sea un gran descubrimiento pero es ingenioso y exacto;
la película casi no ha empezado y ya nos damos cuenta de que ha sido hecha con
intención.
Después
de los títulos de crédito, el chico y su madre aparecen en la calle. Mientras
ella le dice que ha de hacerse un hombre, que ahora que no vive su padre hay
que ponerse a trabajar… el chico saca la lengua, silba, ladea el cuello, camina
a saltitos, le da patadas a una lata… La banda sonora nos indica que todo ese discurso
le entra por un oído y le sale por el otro.
Un
poco después madre e hijo entran en una boca de metro. La cámara se queda allí
a regular distancia. Luego, en el momento más inesperado, aparece el chico, le
da una patada a una lata y vuelve a entrar. Todo es así, ingenioso y suave. La
visión se convierte en una delicia. Cuando llegan a la floristería en que la
madre quiere colocarlo, tiene lugar un diálogo musical entre la madre y la
dueña, por el que deducimos que sí, que el muchacho es adecuado para cubrir la
plaza a que alude “Se necesita chico”.
Luego
la película se estructura en torno a los diversos cometidos que le encargan:
llevar, sucesivamente, un ramo de novia, una corona mortuoria y otro ramo para
una estrella del cine y la canción. No es necesario decir que el chico no
cumple a la perfección ninguno de los cometidos.
Ahí
va el chico a hacerse un hombre. Sale de la floristería con su nuevo uniforme y
un ramo de flores, silba, se contonea con una mano en el bolsillo o
balanceándola como un militar, pasa por debajo de una escalera (mal asunto),
cae al tropezar con alguien que sale de una tienda, entra en el metro al compás
de una música ritmada, etc. Baja por escaleras pobladísimas con el ramo en
alto, lo estrujan en un vagón mientras redoblan unos tambores, camina detrás de
un espejo y silva con arrogancia al ver lo guapo que está con su uniforme de
muchos botones.
Ni
que decir tiene que no lleva el ramo al sitio adecuado a la hora prevista. La
novia ya ha salido para la iglesia. Durante la ceremonia tiene lugar uno de los
mejores momentos. Lo que pasa no se pueden contar, hay que verlo. Todo es
inesperado y simpático. Los gestos, las actitudes de los novios, del chico y de
los invitados, del cura y del monaguillo, los equívocos, las pillerías… ¡Y los avatares
del ramo y del gorro!
Luego,
como se ha dicho, ha de llevar una corona mortuoria. Claro que, como se le
ponen delante magníficos espectáculos cotidianos, el chico no puede resistirse y
los contempla y goza con ellos. Resulta que un hombre está ahogándose,
observado por más de cien personas, y al chico “no le queda más remedio” que
contemplar también. Un violinista ameniza el momento con una música adecuada. El
chico lanza la corona, a modo de salvavidas. Naturalmente, el hombre no de
ahoga, en ese caso estaríamos antes un drama y estamos ante una comedia.
Recoge
la corona estropeada y, al ir a donde ha de llevarla, la suelta un momento para
arreglarse los zapatos. Como la calle es pendiente, la corona rueda en busca
del entierro no sin antes perseguir a un soldado que pasaba por allí. Ahora
viene el drama, un toque de negrura: otro muchacho corre desesperado y solo en
dirección al ataúd, gritando a pleno pulmón: “Papá, papá, llévame contigo”. Mas
el drama y la negrura no deben ser intensos porque luego sabremos que este
muchacho no se dirige al muerto sino al conductor del coche mortuorio.
Etcétera.
Cuando
por fin llega a la floristería al final de la jornada, se encuentra con la cara
larga de la dueña. Entra y se quita el uniforme. Llega la madre, pregunta por
el hijo, la dueña le habla y la madre queda estupefacta. A través de una música
grave y nostálgica, mira el uniforme manchado. El chico se pone su verdadera
chaqueta. Así acaba el día y el empleo. Al final, en la misma puerta del principio
podemos ver el mismo cartel: “Se necesita chico”.
La
vida continúa. Mientras tanto hemos asistido a casi hora y media de buen gusto,
sonrisas e ingenio.