miércoles, 29 de diciembre de 2010

NI UNO MENOS - A4

Hay una maravillosa estructura narrativa que sustenta a cientos de historias. La podríamos denominar “voluntad de logro” o, si se prefiere, voluntariedad intensa. Creo que es mi preferida en lo que a emociones respecta. Nada "me hace llorar" tanto como ver que alguien consigue lo que se ha propuesto y por lo que ha luchado hasta la extenuación. Por citar dos casos, es la estructura que sustenta a películas tan diferentes como El milagro de Ana Sullivan y Oficial y caballero. Claro que entre esas dos hay una diferencia notable: Ana lucha por conseguir que otra persona logre algo, en este caso una correlación entre las palabras y los objetos; el protagonista de la segunda lucha por sí mismo.

Ni uno menos pertenece a la estirpe de El milagro, tanto en lo que se refiere a la consecución como en el darse a los otros. La ha dirigido Zhang Yimou, el cual, con cada película que rueda, va aumentando su estatura como director.

Me parece que su obra se mueve en dos vertientes. Por un lado estaría un cine épico, basado en leyendas de su país, China, dentro del que podríamos citar La linterna roja y Héroe. Por otro lado estaría un cine cotidiano, en el que muestra problemas y alegrías de su gente, habitantes de un territorio rural bajo el régimen comunista. Son los casos de Qui Ju, una mujer china y de El camino a casa, o de esa maravilla relacionada con lo que tratamos, titulada La búsqueda, en la que un padre se propone encontrar, por encima de cualquier inconveniente, al cantante que desea oír su hijo moribundo, con el que hasta entonces no se había relacionado bien.

Ni uno menos comparte con Qui Ju el que la protagonista sea una mujer –casi una niña en este caso— y que las dos sean voluntariosas, obstinadas, tercas, característica que desencadenará la acción. Si Qui Ju es capaz de pasar por encima del jefe del pueblo y del comité local y del comité provincial hasta llegar a Pekín para exigir que repongan el honor de su marido, Minzhi Wei, una muchacha de trece años, será capaz de ir desde una lejana y montañosa aldea en la que la han contratado como maestra, hasta Pekín, donde removerá cielo y tierra, y hablará por televisión, con tal de encontrar a uno de los alumnos.

Minzhi Wei ni siquiera ha ido al instituto, todo lo que sabe –según ella dice-- es cantar. Inicialmente le preocupa sobre todo el dinero, las 50 monedas que le pagarán por atender a los niños de una escuela rural. El maestro, al despedirse, le tiene que señalar hasta lo que ha de hacer con las escasas tizas.

Pero cuando tiene buscar a uno de sus alumnos, es capaz de ir hasta Pekín, como se ha dicho, sin dinero para la guagua, y es capaz de dormir en la calle y de pasar hambre y frío con tal de encontrarlo. Esa terquedad, ese empeño en una causa no egoísta y que puede considerarse justa, es lo que la diferencia de los fanáticos, lo que le da estatura de héroe. Así lo comprenden los alumnos cuando al final de la película, con las abundantes tizas de colores que les han regalado, que ha conseguido la gesta, y en los hermosos caracteres chinos, escriben en la pizarra palabras primordiales: “cielo”, “felicidad”, “agua”, “maestra Wei”…

martes, 21 de diciembre de 2010

FUEGO VERDE – B3

No todo el cine tiene que ser serio y aludir a problemas del ser. Es interesante que también haya películas divertidas, alejadas de los presupuestos de Robert Bresson. Pueden ser entretenidas y aleccionadoras. Está bien que algunas sean espectáculos, no sólo se vive de metafísica. Muchas del cine de géneros son así. Tal es el caso de Fuego verde, dirigida por Andrew Marton, del que apenas recuerdo Norte salvaje.

En la que suscita este comentario hay acción, amores, amistad, ríos navegables, árboles, cafetales, color, bandidos, edificios pintados de naranja, un poblado sobre las aguas… Yo diría que es interesante no tanto por lo que cuenta como por lo que muestra. También contiene momentos inolvidables.

Puesto que se inscribe en el género de aventuras, el protagonista es un hombre dispuesto a dejar atrás su casa y su patria para recorrer medio mundo y, después de pasar hambre y fatigas, intentar por todos los medios conseguir lo que se ha propuesto, en este caso unas esmeraldas escondidas en las altas montañas de Colombia. Lo bueno del bueno de la película es que no es malo, pues no mata por nada; pero sí ruin, pues con tal de conseguir lo que se ha propuesto, es capaz de “traicionar” al amigo y a la enamorada.

Como debe suceder en este tipo de películas, el final es como debe ser. El chico comprende que unas esmeraldas no valen lo que la amistad y el amor. Stetwarg Granger está muy bien, como siempre en este tipo de papeles: Scaramouche, Moonfleet, Beau Brummell, etc. Grace Kelly está un poquito menos tonta y un pelín más fea que en El cisne o en Mogambo. A mí Fuego verde me parece más entretenida que las de Indiana Jones --a las que también les otorgaría un B3-- pues al fin tiene menos metraje.

TODAS LAS MAÑANAS DEL MUNDO – A5

Hay películas que, aun aludiendo a historias o situaciones interesantes, están realizadas a las malas del diablo. Otras tienen en cuenta que el cine narra a través de imágenes y que éstas han de ser intensas, significativas y hermosas. Minnelli, por hablar de un clásico de Hollywood, dirigió, entre muchas otras, El noviazgo del padre de Eddie, una delicia por la razón que digo aunque sea una sencilla comedia sentimental.

Todas las mañanas del mundo es una sucesión ininterrumpida de imágenes de gran belleza, debidas al ojo de Alain Corneau. El director francés, muerto recientemente, hizo películas muy diferentes. Quizá podría decirse que dos son las grandes líneas que pueden atisbarse en su filmografía. Por un lado tendríamos las pertenecientes al cine negro; por otro, las relacionadas con lo literario, tales como Nocturno hindú, según el magnífico relato de A. Tabucci, Estupor y temblores, según una novela de Amelie Nothomb… También realizó una curiosidad de aventuras titulada El príncipe del Pacífico… Como no soy un degustador del cine de policías y criminales, voy a pasar por alto por Police Python 357, uno de los primeros éxitos de Corneau. La verdad es que no me interesa ese policía duro y taciturno, que a las primeras de cambio se ve envuelto en un triángulo amoroso.

Yo diría que Todas las mañanas del mundo es, a mucha distancia de las otras, la mejor película de Corneau, y que habría que incluirla en la línea literaria. Aunque hable de personas reales, parece que el libro de Pascal Quignard es más una novela que una recreación historicista o un producto de la indagación histórica. Comienza con un Marin Marais ya mayor, triste, dándole una lección a unos invisibles alumnos. Señala que él ha sido un fracaso, que la auténtica alma de la música era su maestro, el Señor de Sainte Colombe. Después de esa presentación, dicha en primer plano, vemos un hermosísimo plano medio, en el que la disposiciones de las figuras, las luces y las sombras, y los destellos concentrados en algunos rostros, son dignos de la mejor pintura del XVII, siglo en el que “transcurrirá” el pesar y la música que vendrán luego. En dicho plano, Sainte Colombe toca la viola da gamba para un amigo moribundo. Esa misma tarde de la primavera de 1660 muere su esposa.

Vienen luego unos hermosos planos de exteriores, en los que vemos la casa, unos caminos, a dos niñas pescando en un río... Son tan hermosos como los de interiores y, ligeramente velados, expresan recogimiento. Luego la película será una sucesión ininterrumpida de música y belleza visual.

El aspecto anecdótico se centra en dos cuestiones al menos, en dos focos de tensión. Por un lado, nos señala que la actitud ante el arte y la vida puede darse desde dos posturas contrarias, tal vez complementarias, las que sostienen Sainte Colombe y Marin Marais. Mientras el primero es todo dolor y recogimiento el segundo es alegre, cortesano y vividor. Por otro lado, estamos ante el ser solitario y los demás, en el puente que va de la autenticidad al trato.

La película nos señala constantemente la contraposición entre vida y arte, vida y muerte, vida y soledad... Admiramos a Sainte Colombe por su dedicación a la música pero no podemos admirar el modo en que trata a las hijas. Encerrado con su música y el recuerdo de la esposa muerta, con frecuencia se olvida de las jóvenes e intenta imponerle sus criterios. A este respecto podemos contemplar un plano, allá por el minuto 20 de película, que nos habla de lo que digo. Sainte Colombe está a la derecha, de espaldas, tocando la viola; la hija mayor, una joven ya, está en el centro, con una viola y la determinación de aprender la lección… La pequeña, todavía una niña, está detrás, en segundo plano, a la izquierda, cerca de la ventana por la que entra la luz que ilumina la estancia. Está sentada en el suelo y recostada en la pared. La vemos de perfil; tiene la frente y el rostro arrugados. Luego suspira en primer plano, consciente del olvido en que en ese momento la tienen el padre y la hermana.

Vendrá luego un gesto de cariño: Sainte Colombe le regala una viola a la hija pequeña. Los conciertos de la familia para tres violas fueron renombrados. Hicieron las delicias de los nobles y llegaron a oídos de Luis XIV, el cual lo invita a la Corte. El maestro se niega a dejar su casa y sus recuerdos. Ante la insistencia de los emisarios, señalará que prefiere la luz del crepúsculo al oro que le ofrecen. Antes que Versailles, prefiere el recuerdo de la esposa y la viola da gamba, instrumento al que le añadió una séptima cuerda para que el sonido fuese más melancólico. Nunca logró consolarse. Compuso “La tumba de los lamentos”. Ensayaba quince horas diarias. Con su instrumento conseguía recrear todos los sonidos de la voz humana, desde el suspiro de una joven al sollozo de un anciano, desde un grito de guerra al aliento de un niño.

Aproximadamente en el minuto treinta y cinco aparece por la triste casa un joven desenvuelto y alegre. Llega para que Sainte Colombe se digne tomarlo como alumno. Éste lo acepta “por su dolor, no por su arte”. Poco después, enterado de que toca en la Corte y tal vez temeroso de que le haga el amor a una de sus hijas, lo echa, señalándole de paso que está bien para Versalles pero que nunca será músico.

En Todas las mañanas del mundo hay bodegones dignos de Zurbarán; maravillas literarias; cuadros del siglo XVII, como ya se ha dicho; detalles magníficos o pavorosos de una iglesia barroca; ascuas más ardientes que cualesquiera otras; arias de tenor o soprano en el ruido del viento; ataques de furia motivados por el dolor; abrazos de amor entre dos jóvenes. Y un instante de claudicación, en el que el personaje está dispuesto a hacer algo que odia con tal de que Marin Marais visite a su hija moribunda. Y un discípulo que hace un largo viaje y pasa frío sólo para oír al maestro una última vez. Y siempre, siempre, la estupenda música de Sainte Colombe o de Marin Marais, y creo que también la de Rameau y Lully, interpretada por Jordi Savall, con instrumentos antiguos.

Al final, una vez que la hija mayor de Sainte Colombe se haya suicidado, sabremos que todas las mañanas del mundo no regresan, que algunas se disuelven en el enorme recipiente del tiempo; e intuimos que es muy probable que no haya otra película como ésta.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

EL PECADO DE CLUNY BROWN – A5

Michael Leisen, Gregory LaCava, Preston Sturges… son realizadores de comedias clásicas (Medianoche, Al servicio de las damas, Los viajes de Sullivan, etc.), obras realizadas por precisión, gracia y mala uva. Es posible que el maestro de todos ellos y de algunos más sea Lubitsch, aquel europeo feo y sentimental que se interesaba por los complejos resortes del amor, la sociedad y la política. Que él es el más grande lo prueban Ser o no ser, Ninotcha, Ángel, El bazar de las sorpresas… A mí se me parece a Oscar Wilde. Ambos miraron a la sociedad con ojo crítico y bajo un envoltorio ligero dijeron amargas verdades. Las pocas veces que se pusieron serios, acertaron como el más dotado dramaturgo, dejándonos obras excelsas, tales como El retrato de Dorian Grey y Remordimiento, esta última una estupenda película en la que Lubitsch aboga por la reflexión y el entendimiento entre los pueblos, aun después de una guerra europea.

Si hoy elegimos El pecado de Cluny Brown es porque, siendo una joya igual que las citadas, es menos conocida que ellas. Cuenta historias de amor salpimentadas con asuntos políticos y sociales, aunque tal vez convendría decir que aborda asuntos políticos y sociales aderezados con historias de amor. Ella, Cluny, es una muchacha de clase baja, algo ingenua pero imaginativa y dispuesta, capaz de arreglar un fregadero cuando haga falta. La otra, Elizabeth Cream, Betty para los amigos, es guapa, elegante y muy rica. Es mimada y adorada; tiene el mundo a sus pies: un muchacho de su misma clase le ha pedido que se case con ella, y tiene la intención de pedírselo dos veces más y luego, ante la esperada negativa, olvidarla. Uno de ellos es, supuestamente, el profesor Belinski, un enemigo de Hitler. En realidad es alguien al que ha echado el casero. El otro es Andrew Carmel, guapo, elegante y soltero. Está enamorado de Betty, como no podía ser menos.

La acción se sitúa en Londres y alrededores, en 1938. En la primera secuencia se presentan Belinski y Cluny, la cual ha ido a una mansión con el propósito de arreglar un desagüe atascado, pues su tío el fontanero no ha podido ir. Está la pobretona con un martillo y una llave inglesa en las manos cuando se vuelve hacia Belinski y el dueño de la mansión, y les dice: “¿Han tomado el té en el Ritz?”. Ante la sorpresa de los hombres, aclara: “No es por el té, sino por cómo te dicen ‘por aquí, señorita, ¿una pasta?’ ”.

En la segunda secuencia, durante una fiesta, conocemos a Elizabeth Cream y a Andrew Carmel, y estos a su vez conocen Belinski, el hombre que según ellos es un catedrático de Praga, un escritor, un refugiado, alguien a quien hay que ayudar. Cuando Andrew y un amigo le hablan a Betty de la situación política europea, ella les dice que hagan algo, ya que hablan tanto. “He escrito una carta en el Times”, aclara Andrew.

La acción se sitúa luego en la mansión de los Carmel, donde coinciden Andrew y Betty –como es natural--, Belinski –como invitado— y Cluny --como doncella--. Allí conoceremos a los padres de Andrew, personajes despreocupados por todo lo que no sean sus flores o sus caballos; a un simpático coronel retirado; a un novio de Cluny más preocupado por su madre que por Cluny misma… Se suceden las gracias amorosas inteligentes y ligeras, cínicos comentarios sobre política, asuntos sociales... Parece como si al director no le costara nada construir una comedia perfecta, en la que las palabras y las imágenes tienen dos o tres sentidos y todo fluye a la perfección. Las secuencias son exactas e inteligentes, vaporosas, malintencionadas –o bienintencionadas, según se mire--. Los diálogos son dignos de Oscar Wilde. La realización es digna de Ernst Lubitsch.

DOS MAESTROS

Estimada N:

Tiene usted razón. Se me atragantan esos dos. Estoy cansado o harto de leer y oír que Alfred Hitchcock y Woody Allen son unos consumados maestros. Después de pensarlo detenidamente durante varios años, he tenido que admitir que sí, que lo son, pues tienen legiones de discípulos y miles de comentaristas lo dan por hecho sin razonar al respecto. Claro que yo añadiría que el primero es maestro del truco y el segundo de la trivialidad.

ADMIRADORA N

Una admiradora, de la que no voy a dar su nombre ni su edad, y a la que para entendernos llamaremos N, me llama a veces por teléfono y me comenta asuntos relativos al blog. Yo le he dicho que haga los comentarios en el blog mismo, pero ella se niega. Qué se le va a hacer. De dichos comentarios entresaco de mi memoria dos, que muy bien podrían tener contestación.


El primero señala que me intereso más por el cine clásico que por el de ahora. He de decir que sí. Y añadir que creo que se han hecho más películas entre 1907 y 1990, que entre 2000 y 2010. No es de extrañar, pues, que también se hayan hecho más películas interesantes en el intervalo temporal nombrado en primer lugar. Por otro lado, no hay que olvidar que a lo largo de la historia ha habido períodos en que determinadas manifestaciones literarias o artísticas han brillado más que en otras épocas. Y no porque cualquier tiempo pasado sea mejor… Ni porque cualquier tiempo presente es peor.

El segundo comentario lo comento aparte.