martes, 25 de mayo de 2010

LAS DOS TORMENTAS – A’5

En los cortos que D. W. Griffith rodó en torno a 1910 se pueden apreciar hallazgos visuales que se convertirían en formas expresivas: el montaje en paralelo (utilizado primeramente por Porter), el primer plano, la colocación de la cámara dos veces en el mismo lugar para señalar el paso del tiempo, “el iris”, el flash back, la fragmentación, el velado... Digamos que enseguida dominó los pocos recursos que había heredado e inventó la mayor parte del vocabulario cinematográfico.
Los hallazgos del pionero norteamericano alcanzaron un punto de esplendor en dos películas monumentales: El nacimiento de una nación e Intolerancia. Por otro lado, inventó los géneros: el western, el trhiller, la comedia, el cine histórico... En todos dejó ejemplos memorables. Yo siento especial predilección por sus melodramas, concretamente por Lirios rotos y Las dos tormentas, especialmente por la última. En estas películas, más intimistas que las citadas anteriormente, logra una gran penetración psicológica utilizando un lenguaje que ya dominaba.
Las dos tormentas (Way Down East, 1920) es completamente moderna, no porque Griffith haya sido un vidente sino porque los directores posteriores siguieron su camino. Al comienzo, después de que se nos indique que se trata de una historia simple y popular, vemos los seis planos siguientes: unas casas entre unos árboles, cerca de un río; una sola casa, la que antes ocupaba el centro, rodeada de árboles, uno de los cuales, situado delante y a la izquierda, mueve las ramas; luego vemos, digamos que desde la puerta de entrada, a dos mujeres sentadas en unas sillas; de nuevo vemos a las dos mujeres pero desde más cerca, una es Anna, la otra es la madre y lee un papel; en el quinto vemos que la joven tiene un pañuelo en la cabeza y juguetea con una escoba; en el sexto plano la madre ha dejado de leer y queda pensativa breves instantes, luego se recupera, suspira y le dice algo a su hija. Además de modernos, esos planos contienen una riqueza visual y expresiva a las que solo acceden los grandes.
La película continúa con momentos memorables. Cuando Anna Moore va a casa de sus parientes ricos a pedirles dinero, éstos están en una fiesta. La planificación de los diferentes grupos que la forman no tiene nada que envidiarle a Blake Edwards. Lennox Sanderson, un seductor, le compra vestidos y la engaña, simulando una boda. Anna queda embarazada. Regresa a la casa y la madre muere. Da a luz un niño enfermo. Sola y desamparada, Anna bautiza in extremis al niño moribundo, en un momento conmovedor.
La echan de la pensión en que se ha cobijado, y vaga sola y triste por los caminos en busca de trabajo. La llegada a casa de los Bartlett es extraordinaria, tanto por los planos que muestran el desamparo en la puerta de la granja como por las significativas miradas que se dirigen Anna y David, el joven hijo de la casa. Siguen imágenes y secuencias inolvidables, de entre las que cabe destacar un plano digno de Orson Welles y la intercalación de eficaces tonos de comedia en medio del drama, aspecto del que tal vez aprendió John Ford.
La famosa secuencia final es extraordinaria. A los Bartlett le han ido con cuentos, por lo que el padre echa a Anna de la casa. David va tras ella. La tormenta, la ventisca, la nevada, el río, los bloques de hielo deslizándose hacia las cataratas… Las fuerzas de la naturaleza dificultan la vida pero invitan al amor y al perdón, en una fiesta de creatividad.

domingo, 9 de mayo de 2010

EN ALGÚN LUGAR DE ÁFRICA - A3

Me repugnan las películas que sólo son variaciones del asesinato y el horror, tomados éstos no como aspectos terribles de la realidad sino como espectáculos complacientes. Me refiero, por citar ejemplos famosos y en ocasiones admirados, a artefactos tecnológicos como Matrix (1, 2 y 3), Babel o algo así, Minority Report, Reservoir dogs… (No señalo las verdaderamente abominables ni los artefactos psicóticos porque no cabrían en un disco duro de diez gigas).
¿Cómo comparar las citadas con En algún lugar de África (Caroline Link, Alemania, 2001), una historia sensible narrada a través del recuerdo, en la que se nos muestran las vivencias de Regina, una niña judío-alemana, así como de sus padres (Jettel y Walter Redlich), un amigo blanco (Süsskind) y un cocinero y amigo negro (Owuor)?
Mientras los nazis se hacen con el poder, y luego, durante la guerra, cuando liquidan a los deudos que se quedaron en Alemania, ellos están en África, un continente del que no se muestran estampas ni folclores. Se nos revela con sencillez cómo es la vida de unos blancos pobres que tratan de sobrevivir trabajando unos terrenos resecos situados en Kenya; y también la actitud ante la vida de Owuor, el cocinero, amigo de Regina, el sabio de esa tierra, tal como reconoce Walter cuando le regala su toga de abogado.
Los tres miembros de la familia mantienen actitudes distintas ante la difícil situación: el padre la acepta y grita que hay que sobrevivir; la madre se muestra constantemente contrariada –por no poder comer, por no poder vestirse como quisiera—; la niña se va encontrando a sí misma, aprende a ser una adolescente y a amar un lugar que le proporciona el crecimiento, y que la fortalece y vivifica.
Como es una película en la que no se han invertido millones de dólares en tecnología y publicidad, como su banda sonora no destroza los oídos ni el tórax, como es lenta y tranquila… es probable que no sea famosa. Por eso quiero recomendar desde aquí esta delicadeza realizada con talento y amor.