Hay una maravillosa estructura narrativa que sustenta a cientos de historias. La podríamos denominar “voluntad de logro” o, si se prefiere, voluntariedad intensa. Creo que es mi preferida en lo que a emociones respecta. Nada "me hace llorar" tanto como ver que alguien consigue lo que se ha propuesto y por lo que ha luchado hasta la extenuación. Por citar dos casos, es la estructura que sustenta a películas tan diferentes como El milagro de Ana Sullivan y Oficial y caballero. Claro que entre esas dos hay una diferencia notable: Ana lucha por conseguir que otra persona logre algo, en este caso una correlación entre las palabras y los objetos; el protagonista de la segunda lucha por sí mismo.
Ni uno menos pertenece a la estirpe de El milagro, tanto en lo que se refiere a la consecución como en el darse a los otros. La ha dirigido Zhang Yimou, el cual, con cada película que rueda, va aumentando su estatura como director.
Me parece que su obra se mueve en dos vertientes. Por un lado estaría un cine épico, basado en leyendas de su país, China, dentro del que podríamos citar La linterna roja y Héroe. Por otro lado estaría un cine cotidiano, en el que muestra problemas y alegrías de su gente, habitantes de un territorio rural bajo el régimen comunista. Son los casos de Qui Ju, una mujer china y de El camino a casa, o de esa maravilla relacionada con lo que tratamos, titulada La búsqueda, en la que un padre se propone encontrar, por encima de cualquier inconveniente, al cantante que desea oír su hijo moribundo, con el que hasta entonces no se había relacionado bien.
Ni uno menos comparte con Qui Ju el que la protagonista sea una mujer –casi una niña en este caso— y que las dos sean voluntariosas, obstinadas, tercas, característica que desencadenará la acción. Si Qui Ju es capaz de pasar por encima del jefe del pueblo y del comité local y del comité provincial hasta llegar a Pekín para exigir que repongan el honor de su marido, Minzhi Wei, una muchacha de trece años, será capaz de ir desde una lejana y montañosa aldea en la que la han contratado como maestra, hasta Pekín, donde removerá cielo y tierra, y hablará por televisión, con tal de encontrar a uno de los alumnos.
Minzhi Wei ni siquiera ha ido al instituto, todo lo que sabe –según ella dice-- es cantar. Inicialmente le preocupa sobre todo el dinero, las 50 monedas que le pagarán por atender a los niños de una escuela rural. El maestro, al despedirse, le tiene que señalar hasta lo que ha de hacer con las escasas tizas.
Pero cuando tiene buscar a uno de sus alumnos, es capaz de ir hasta Pekín, como se ha dicho, sin dinero para la guagua, y es capaz de dormir en la calle y de pasar hambre y frío con tal de encontrarlo. Esa terquedad, ese empeño en una causa no egoísta y que puede considerarse justa, es lo que la diferencia de los fanáticos, lo que le da estatura de héroe. Así lo comprenden los alumnos cuando al final de la película, con las abundantes tizas de colores que les han regalado, que ha conseguido la gesta, y en los hermosos caracteres chinos, escriben en la pizarra palabras primordiales: “cielo”, “felicidad”, “agua”, “maestra Wei”…
miércoles, 29 de diciembre de 2010
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