Charles Chaplin nos legó un buen número de cortos memorables, de entre los que yo destacaría “La calle de la paz”, “El emigrante”, “En el balneario” y “Armas al hombro”. Por otro lado, ateniéndonos sólo a Charlot, nos dejó cinco largos extraordinarios: El chico, La quimera del oro, El circo, Tiempos modernos y Luces de la ciudad. Son magníficos ejemplos de cine hecho con talento, intenciones, sentido dramático, precisión y gracia.
Luces de la ciudad es sonora pero no dialogada. El cine había empezado a hablar pero Chaplin no le quiso poner voz a un personaje cuyos gestos entendía el mundo. En ella Charlot no es el vagabundo buscapleitos al que todo le sale al revés, no es aquél que corre y cae, y da perfectas y oportunas patadas. Aquí tenemos a un Charlot maduro, capaz de alguna payasada pero sobre todo de sorpresa y ternura.
Después de un prólogo en el que el vagabundo aparece junto a los héroes de la ciudad, cuyo monumento van a inaugurar los ricos, la película se inscribe entre dos momentos memorables: la escena en que Charlot conoce a la florista y se da cuenta de que es ciega, y aquella otra en que la florista se da cuenta de que su benefactor no es el millonario que ella creía. La primera es seria, risible y tierna: sin un gesto de más, Chaplin alcanza lo sublime cuando el vagabundo se apiada y enamora de un ser más desgraciado que él, como tantas veces le ocurre. Pero también nos hace sonreír con un equívoco y carcajearnos cuando la ciega limpia un jarrón y le tira el agua a la cara.
La última de las secuencias citadas es una de las más citadas secuencias de la historia del cine. Una intensa emoción es conseguida gracias a una perfecta realización y a una interpretación única. Entre esas dos escenas se inscriben las peripecias que hace Charlot para conseguir el dinero que le permitirá a la amada recobrar la vista y las risibles relaciones que mantiene con un excéntrico millonario. Así pues, por un lado tenemos una historia de amor; por otro, unas risibles relaciones de clase. Las hermana un detalle: en cada una de ellas, no todo es lo que parece.
Respecto a la primera de esas las relaciones, Charlot lo tiene claro, sabe lo que tiene que hacer. Respecto a la segunda… En un instante el millonario puede considerarlo un amigo e invitarlo a un lujoso restaurante (en una maravillosa secuencia en la que durante tres minutos se suceden los más ingeniosos “gags”) y no reconocerlo en el siguiente. Uno de los grandes talentos de Chaplin es que nos hace reír y llorar al mismo tiempo, que pasa de lo ridículo a lo sublime, de la payasada a la poesía en menos de un segundo; lo que tal vez consigue en esta película como en ninguna otra.
lunes, 10 de enero de 2011
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Se trata esta de una de las mejores películas de Chaplin y una de las de la historia del cine. No existe una secuencia en el cine que supere la emoción de la secuencia de la chica cuando recupera la vista. Inmprescindible.
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