domingo, 11 de abril de 2010

LA DILIGENCIA

En La diligencia (J. Ford, 1939) se juntan, en simbiosis perfecta, dos estructuras básicas de la narración: el recinto y el itinerario.
El recinto está constituido por la diligencia y sus ocupantes: un conductor algo torpón, una aristócrata del Sur, una chica de vida alegre y de buen corazón llamada Dallas, un médico borrachín, el sheriff, un viajante de whisky natural de Kansas City (Kansas), un banquero estafador, un jugador y caballero sudista, y Ringo Kid, un proscrito. No todo carruaje con unas cuantas personas a bordo constituye un recinto narrativo. Esta diligencia sí. Las relaciones que se establecen entre los personajes son complejas y varían a lo largo del itinerario. Algunos se aman o se odian durante el camino y algunos mueren en el mismo.
El itinerario sale de una ciudad fronteriza, pasa por Dry Fork, Apache Wells, El Vado y el desierto, y llega a Logsbourt, donde se encuentran los hermanos Plummer. Va del juramento al duelo, de la amenaza a la lucha. No todos los caminos, aunque midan cientos de kilómetros y pasen por muchas estaciones, pueden considerarse verdaderos itinerarios dramáticos. El de esta diligencia sí. En cada estación ocurren hechos significativos, fenómenos que van a influir en el desarrollo de la acción y en el comportamiento de los personajes.
Si a lo dicho añadimos que en todo momento acecha el peligro, invisible hasta cerca del final, constituido por Jerónimo y sus apaches, y que con frecuencia se alude a otro peligro relacionado con los Hermanos Plummer... Tendremos un recinto y un itinerario enriquecidos con dos focos de tensión. Si añadimos que todo esto se nos presenta a través de unas imágenes precisas, rocosas, con densidad, vistas a través del ojo único de John Ford, acabaremos señalando que estamos ante una película que constituye una referencia del cine y un magnífico ejemplo del arte de narrar, comparable al de algunos relatos de Maupassant.

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