Me acerqué a esta película llevado de la mano de Ch. Dickens, un escritor al que el cine ha recurrido con frecuencia: Oliver Twist, Nicholas Nickleby, David Copperfield, Historia de dos ciudades… han sido llevadas al cine, algunas varias veces, como este Cuento de Navidad. No obstante, no ha tenido mucha suerte, pues ninguna ha resultado memorable, excepción hecha de Grandes esperanzas, titulada en España Cadenas rotas (D. Lean 1946).
No es que yo pensara que R. Zemeckis no haría una fantasmada con esta historia de fantasmas; estaba claro, después de ver unos minutos de Beowulf (2007). Estaba claro, repito, que iba a hacer una película de esas que yo llamo de “sonido y aceleración”: planos a diestro y a siniestro, cada uno de duración menor que un segundo, acompañados de constante ruido en el que se intercalan abundantes explosiones sonoras. Son películas que no invitan a pensar ni a contemplar una historia, tienen como misión tener en vilo al espectador, no por la vía del intelecto sino a través de emociones primarias, que llegan por asombrados ojos y el plexo solar –densa red nerviosa situada detrás del estómago.
Lo de menos es lo que se cuenta. Estamos ante un espectáculo de luz, color, sonido, ruido, efectos especiales y alta velocidad. Como el circo ya no está de moda, el más difícil todavía se intenta conseguir en algunas películas, entre las que por ahora se lleva la palma Avatar. En ocasiones he pensado que se salen de lo corriente y que habría que clasificarla en una nueva modalidad, a la que podríamos denominar “ESA”, es decir, “Espectáculo de sonido y aceleración”.
Lo que parece claro es que esta adaptación de una obra de Dickens contiene elementos que las otras no tienen, aunque carezca de otros. Por ejemplo, tiene más aparato y más trucos; por el contrario, tiene menos problemas personales, desde el momento en que no sabemos qué le pasa el Sr. Scrooge ni qué desea ni cuál es su pecado. También tiene más planos y más tecnología; por contra tiene menos narratividad y menos personas, las cuales, cuando se atisban, parecen personajes del comics o máscaras extraterrestres. También contiene más electrónica aunque menos química, pues creo que en este tipo de formatos no interviene el nitrato de celulosa. Y si bien tiene más aceleración contiene menos tiempo, pues estos espectáculos están realizados para el consumo del momento.
No cabe duda de que la película de Zemeckis es más espectacular que las páginas de Dickens, pero en éstas el personaje principal está mejor dibujado: “Scrooge era atrozmente tacaño, avaro, cruel, desalmado, miserable, codicioso, incorregible, duro y esquinado como el pedernal, pero del cual ningún eslabón había arrancado nunca una chispa generosa; secreto y retraído y solitario como una ostra. El frío de su interior le helaba las viejas facciones, le amorataba la nariz afilada, le arrugaba las mejillas, le entorpecía la marcha, le enrojecía los ojos, le ponía azules los delgados labios; hablaba astutamente y con voz áspera. Fría escarcha cubría su cabeza y sus cejas y su barba de alambre. Siempre llevaba consigo su temperatura bajo cero; helaba su despacho en los días caniculares y no lo templaba ni un grado en Navidad”.
Todo esto no quiere decir que yo estoy en contra de estas películas: un buen espectáculo con un “más difícil todavía” siempre ha entretenido a los niños. “¡Paparruchas!”, oigo que dice Mr. Scrooge desde las páginas.
viernes, 21 de enero de 2011
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No he leído nunca Cuento de Navidad. Su texto me anima a leer la narración no a ver la película. Como siempre, gracias por su sugerencia.
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