Todas las películas son iguales: constan de unos personajes que se mueven en el espacio y en el tiempo y a los que les suceden fenómenos. Pero todas las películas no son iguales: hay miles que no son otra cosa que pasto para la tarde del viernes o del sábado, generalmente pobladas de asesinos o zoquetes –las que hemos clasificado como clase C--; otras son divertimentos ingeniosos o inteligentes, durante su visión sabemos más o menos qué cosas van suceder pero nos sorprende agradablemente cómo suceden las cosas –son las que hemos clasificado como clase B--; y hay otras, en número menor, que no son pensadas como entretenimiento, que abordan asuntos importantes o interesantes, y a veces imprevistos, desde un punto de vista peculiar. Éstas pueden ser divertidas o serias, pero siempre son intensas. Para verlas hay que sentarse bien y contemplar con la mente despierta.
La mirada de Ulises (1995), de Theo Angelopoulos, es de estas últimas. Es una película peculiar, única e inusitada. Trata de arte, y de desgracias políticas y geográficas que ocurren en un instante histórico. Aborda la búsqueda que emprende, en la última década del siglo XX, un cineasta llamado A, el cual recorre Los Balcanes en pos de una cinta perdida, rodada en los primeros años del mismo siglo por los primeros cineastas griegos. En el camino pasa por tierras heladas y desiertas, por fronteras vigiladas por tipos peligrosos, por ciudades humeantes, pobladas por seres que corren a esconderse. Conoce a personas amables pero en cualquier lugar puede oír el tableteo de las ametralladoras, en cualquier lugar puede haber un cadáver o un coche quemado, en cualquier ciudad se ve el efecto de las explosiones, restos de unas batallas o unas matanzas que nunca aparecen en primer plano.
En su incansable y tortuosa búsqueda, A llega a Sarajevo, donde conoce al anciano que tiene los negativos que él busca. Ha logrado su propósito. Alegres y contentos, A, el anciano y una nieta de éste salen a las calles y bailan. “Dime que volverás”, le dice ella. Luego los tres pasean a través de la niebla.
En la pantalla oscura oímos unas risas alegres. Luego vemos cómo dos niños, cogidos de la mano, marchan delante de un grupo de personas. “¿Qué celebramos, abuela?”, preguntan los niños. “Celebramos que hay niebla”, dice una voz de mujer. Los niños desaparecen por la izquierda y los mayores van detrás, preocupados porque aquéllos puedan perderse.
Luego estamos ante un único plano, vacío de imágenes y lleno de desesperación. Se oye cómo cantan los niños y luego el ruido de un vehículo a motor. “Sólo paseamos por la orilla del río”, dice una atemorizada voz de mujer. Uno de los verdugos que han llegado dice: “Venga, los niños primero”. “Mis niños... Mis niños... Por favor...”, dice la mujer. La niebla es perturbada por un disparo seco. “¡No!”, grita la mujer. Se oyen otros tres disparos. “Tiradla al río con los demás”, dice alguien. Se oye cómo los cuerpos caen en el agua mientras el verdugo entona una canción; luego sentencia: “Sí señor, así son las cosas”.
lunes, 10 de enero de 2011
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Usted siempre tan positivo con cierto cine "no clásico". Aunque esta película no esta mal considero a este director un tostón. Por esto le agradezco su perspectiva constructiva. Gracias.
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