viernes, 11 de junio de 2010

CON LA MUERTE EN LOS TALONES - C2

De un tiempo a esta parte me sorprende la rara unanimidad que ha habido, que tal vez hay en torno al cine de Hitchcock. Casi todos los comentaristas, cuando abordan una película suya, la alaban hasta límites insospechados, dando por supuesto de que es obra de un genio y casi siempre fundándose en el truco o “la gracia” que la película contiene, en “la originalidad” de que hace gala.
Como ha dicho alguien que ahora no recuerdo, la originalidad no debe exhibirse, pues entonces la pretensión se convierte en risible. Las gracias vanas, los trucos intercalados para sorprender al público, quedan en mi memoria como los momentos más vacuos de las películas de Hitchcock y aun del cine. Así, cuando leo esos comentarios laudatorios pienso que un divertido texto podría ser aquél que señalara las secuencias cinematográficamente ridículas de este astuto director. Por ejemplo: la conversación entre la ladrona camino del motel y el policía con gafas oscuras en Psicosis, la caída del caballo de Marnie en Marnie la ladrona, la huida a través del telón de acero en Cortina rasgada, la extrema dificultad que tiene James Stewart para sentarse en un hotel de Marruecos en El hombre que sabía demasiado, el vaso de leche fosforescente en…
¿Cómo se puede considerar un genio del cine a alguien que casi siempre hace películas de un mismo género, a saber: de género Hitchcock? Género repleto de psicopatías, inocentes perseguidos, criminalidad y espionaje, o de una mezcla de todo eso, asuntos que constituyen un mismo filón para un millar de película sin importancia. ¿No será que se le considera un maestro porque, aun sin enseñar nada, es fácil de imitar? (Por cierto, Homero es inimitable, al igual que Cervantes, Dante, Shakespeare, George Elliot, Tolstoi…) ¿Cómo es que hay muchos comentaristas que consideran que es uno de los mejores directores del cine clásico norteamericano, comparable a D. W. Griffith, John Ford, Henry King, Howard Hawks, King Vidor, Leo McCarey, etc. etc. etc? Los citados trataron con seriedad, gracia, precisión y originalidad decenas de asuntos que afectan a la naturaleza humana, o que tal vez la constituyen; Hitchcock no.
“Las gracias” de Con la muerte en los talones podrían ser, en primer lugar, la primera secuencia, en la que nos podemos reír de un Cary Grant completamente borracho conduciendo por unas curvas inverosímiles; y, en último lugar, la última secuencia, en la que los deditos de dicho actor tienen la fuerza y la agilidad necesarios como para agarrarse de las narices de algunos presidentes de EEUU, a pesar de ser pisoteados por los robustos zapatones de los malos.
No acabo de explicarme semejante fenómeno. Entre más veo sus películas más me parece un director astuto y simplón. La última que he revisitado es Los pájaros. Por más que me lo propuse, no pude dejar de reírme no con sino de Hitchcock en un par de ocasiones. Con decir que las únicas que me siguen interesando a medias son dos melodramas medio criminales tituladas Rebeca y Atormentada (Under Capricorn)...

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