viernes, 11 de noviembre de 2011

CAMINO DE PERDICIÓN, (S. Mendes, 2002) – A3

No estoy radicalmente en contra de que en el cine se muestre el crimen, entre otras razones porque existe. ¡Pero ya está bien! Ya está bien de que más del cincuenta por ciento del cine norteamericano actual, el más vulgar del mundo cuando se lo propone, y muchas veces sin proponérselo, nos muestre preferentemente gánsteres, tipos que salen de cárcel o entran en ella, atracadores, asesinos, psicópatas… Son películas que en su conjunto funcionan como aquel periódico de antes que se llamaba “El caso” o como esas maquinitas de ahora en las que los adolescentes juegan a destripar marcianos. Esas películas son el detritus del imperio, una basura yanqui vendida a buen precio en medio mundo; una basura en la que no se muestra ninguna enseñanza, ningún valor, ningún modelo, sólo la estúpida y grosera realidad del mal.

No todas las películas de criminales funcionan así. Es casi seguro que el conjunto de El padrino (F.F. Coppola) es una gran obra, pues no aborda de forma complaciente el mundo de los gánsteres; lo analiza y lo emparenta con realidades más amplias (la familia, el poder político, la iglesia…). Camino de perdición también habla de gánsteres pero también es otra cosa. Podríamos decir que Sam Mendes la ha realizado con mucho cuidado, con mucho tacto, primorosamente. Cada plano o cada gesto está realizado como si fuera una obra de arte. En este aspecto, no hay que olvidar a los actores. Tanto Paul Newman como Tom Hanks realizan trabajos excelentes.

Además de la cuidada realización y de las interpretaciones excelentes, Camino de perdición tiene el interés de que muestra una historia melancólica y en cierto modo trágica. Aborda, por un lado, el problema de la venganza, tan caro al cine norteamericano, desde Fritz Lang a Clint Eastwood; y, por otro, las relaciones paterno-filiales. Michael Sullivan (Tom Hanks) es un pistolero implacable y eficaz, al que le asesinan a la esposa y a uno de sus dos hijos. Y puesto que resulta imposible que actúe la justicia, nosotros lo comprendemos cuando toma el camino que tomaron, entre muchos otros, Josey Wales (Clint Eastwood) en El fuera de la ley o Joe Wilson (Spencer Tracy) en Furia.

También lo comprendemos cuando no se olvida del hijo que sobrevivió al terrible asesinato. No tiene escrúpulos en que éste lo ayude en alguno de “sus negocios”, pero finalmente se da cuenta de que, por encima de su sed de venganza, está la educación y el porvenir del muchacho. Y ése es un valor, aunque lo muestre un pistolero. Michael Sullivan sabe que debe hacer cualquier cosa para que su hijo no dispare nunca, para que no emprenda el camino de perdición del que él no puede retornar.

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