En una época, cuando hablábamos de cine y yo señalaba mi predilección por el western, una amiga mía aseguraba que en las películas de ese género no se veía otra cosa que hombres a caballo disparando a diestro y siniestro. Yo le argumentaba en sentido contrario, pero no había manera. Hasta que decidí invitarla a casa y hacerle ver El hombre que mató a Liberty Valance (J. Ford, 1962), después de señalarle que en esa película se abordan conceptos como historia y leyenda, héroe y político, amor y renuncia, barbarie y civilización, ignorancia y aprendizaje. Cuando terminó la proyección estaba con la boca abierta. Cuando pudo hablar, dijo: “Pero eso no es un western”. “¿Ah, no?”, le repliqué.
Es verdad que hay muchos westerns mediocres en los que la mitad de la acción consiste, en efecto, en un grupo de malos que cabalgan y disparan hacia atrás, mientras los buenos disparan hacia adelante. Pero en los grandes westerns hay pocos caballos y pocos tiros, excepto en Whinchester 73 y alguna otra.
Después de hacerle un homenaje a John Ford, podríamos decir que Anthony Mann nos ha legado unos cuantos westerns magníficos. La puerta del diablo, Whinchester 73, Cazador de forajidos, Tierras lejanas, Horizontes lejanos, El hombre del Oeste, El hombre de Laramie, Colorado Jim. Yo siento especial predilección por la que suscita este comentario, por Winchester 73 (la encarnizada lucha por el poder de un grupo de personas, más interesante que El halcón maltés de J. Huston, que goza de demasiado prestigio y aborda el mismo tema), por Cazador de forajidos y por Tierras lejanas; en ésta, el protagonista, un individuo en principio ferozmente egoísta (no pide favores porque puede cuidar de sí mismo y no se fía de nadie para que no lo lastimen), evoluciona al ver y sufrir la maldad, y se convierte en héroe, en alguien que aborda la acción en beneficio de la comunidad.
En un momento dado está ante unas montañas muy altas, nevadas, impresionantes, hermosísimas, con el propósito de llevar a un poblado del Canadá, en el que han descubierto oro, unas vacas suyas y los enseres de quien lo ha contratado, una mujer activa y resuelta, de esas que a veces se ven en el Oeste. En las laderas, un numeroso grupo de personas espera a que el tiempo mejore para poder atravesar el puerto del Caballo Blanco. Vale la pena ver la película solo por contemplar esta escena, para extasiarse con ese paisaje.
En La puerta del diablo (1950) no hay montañas espectaculares ni horizontes abiertos, ni vastas y luminosas praderas. Y no es que no haya paisaje; está ahí, detrás, magnífico y hermoso, pero A. Mann no se recrea en él en esta ocasión. La película, rodada en blanco y negro, opta por una imagen muy contrastada, cerrada sobre sí misma, próxima al expresionismo, como conviene a un argumento trágico. Creo que es un western que se puede inscribir en dos corrientes del género: por un lado en el de los indios y la dignidad, al estilo de Flecha rota; por otro, en el de los westerns psicológicos, en los que no importan tanto los disparos y las cabalgadas como la evolución de los personajes, sus razones, sus empeños, sus personalidades…
Como muchas películas del Oeste, ésta comienza con un hombre que llega a un poblado. Enseguida sabemos que no es alguien que viene de lejos a resolver algún problema, es uno que, después de haber estado en la Guerra de Secesión, regresa a su tierra, donde no es bien recibido por todos, a juzgar por cómo le ladra un perro y por cómo lo trata uno de los parroquianos cuando entra al saloon.
El que llega, el protagonista, es Lance Poole (interpretado por Robert Taylor, un actor famoso, lo que da idea de la dignidad con que Mann y demás autores de la obra quieren tratar a los indios), un navajo semidesclasado. Vive entre los blancos, aunque ligeramente aislado de ellos, después de intervenir en la guerra citada en el lado de los vencedores. Le han dado la Medalla al valor del Congreso, la máxima condecoración y, ya en tiempos de paz, con el dinero que consiguió en el ejército, agranda las tierras de su padre y crea el más grande y mejor rancho de la zona.
Debido a los avatares político-administrativos, al territorio llegan los colonos, los cuales pueden comprar las tierras que puedan, pues hasta entonces nadie tenía título de propiedad. Casi todos los que ya estaban establecidos en el territorio “compran sus propias tierras”. A Lance Poole no se lo permiten. La Administración de los EEUU de aquella época no lo considera un ciudadano sino un protegido, a pesar de ser rico, a pesar de tener una abogada guapa y comprensiva. Ese hecho hiere su dignidad, irrevocablemente.
Decía que podemos considerar La puerta del diablo como un western psicológico. De lance Poole conocemos sus debilidades y su cerrazón, sus empeños y su orgullo. Comprendemos que en el pueblo hay gentes que lo tratan como a un igual y otras que lo tratan como a un indio asqueroso. También conocemos los motivos por los que la joven abogada decide ayudarlo. Comprendemos las razones por las que algunos colonos deciden pasar por las tierras del indio. En medio del relato trágico se introducen razones, luchas, actitudes, enemistades, amistades de varios y diversos personajes. En este sentido la película es amplia y compleja.
Poco después de la primera mitad de La puerta del diablo, nos encontramos en la encrucijada que debe tener toda tragedia. Si el protagonista actúa y se enfrenta a los colonos, acabará muriendo, pues el ejército defenderá las leyes del gobierno –por no hablar de los grupos que, alentados por un “caballeroso” abogado, están dispuestos a pelear contra un indio y despojarlo de sus tierras--. Si no actúa no podrá mirarse al espejo ni ayudar a los suyos, al grupo de navajos que ha escapado de la reserva, del hambre y la miseria y se ha refugiado en su rancho. Opta por actuar, con lo que todos sabemos que le espera la muerte, bien a manos del grupo racista que se forma para instigarlo, bien a manos de los soldados que antaño fueron sus compañeros.
El protagonista actúa; y muere, como todos los navajos varones que se habían refugiado en el rancho. Su gesto, como le dice a la abogada que lleva su caso, no tiene otro sentido que constituirse en una lección. Pero también en el terreno didáctico el caso puede ser trágico, pues como dice en el momento de su muerte… Estamos ante el magnífico final. Lance Pool, el único que queda vivo aunque herido de muerte, viste el uniforme del ejército de los EEUU, se coloca la medalla en el pecho y se presenta ante el oficial que manda la compañía a la que le han encomendado acabar con la revuelta. Lo saludan militarmente, él contesta el saludo y dice, antes de caer: “Será espantoso olvidar esta lección”. Lo cual es doblemente trágico, pues los espectadores sabemos que después de aquello se han dado situaciones en las que no se ha tenido en cuenta el heroico sacrificio de Lance Pool.
jueves, 18 de noviembre de 2010
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SR.Castañeda parece que hoy se inspiró. El comentario es mas largo de lo habitual. Estoy casi de acuerdo con lo escrito, a pesar de que ésta no es una de mis películas favoritas de A.Mann. Para mi lo mejor es la interpretación de Robert Taylos haciendo de "indio". Lo que no puedo consentirle es que diga que las mujeres que aparecen en el western son ¿? porque la que usted alude en Tierras Lejanas parece ser una exepción "una mujer activa y resuelta, de esas que a veces se ven en el Oeste". Le diría que la mayoría de las mujeres que aparecen en los western son de armas tomar. Para botón de muestra le aconsejo que revea Caravana de Mujeres, Las hijas de Cathy Elder, etc.
ResponderEliminarSaludos
Estimada/o e. g. a.
ResponderEliminarUsted no me lo consentirá, pero en el 50% de los westerns las mujeres acompañan a los hombres. Claro que en el otro 50% las mujeres son de armas tomar y algunas incluso toman las armas, como, por ejemplo, la protagonista de "Cuarenta pistolas" (S. Fuller) o la de “Las Furias” (A. Mann) o la de “El Jardín del Diablo” (H. Hathaway) o alguna de “La conquista del Oeste” (Hathaway, etc.), o como usted bien dice, las de “Caravana de mujeres”. Etc. Por otro lado, siento decirle que no conozco “Las hijas de Cathy Elder”. No sabía que la Sra. Elder hubiese tenido hijas. Yo sólo conozco a sus hijos. Atentamente, JPC