Frank Capra, además de un clásico del cine norteamericano, es un idealista, un hacedor de fábulas morales. Cuando en Estrictamente confidencial un hombre bien situado y bien casado abandona el negocio y su estricto hogar, y decide irse por ahí a vivir su vida, no muestra cómo son las cosas sino como querría él que fuesen. Lo mismo podría decirse del gánster que en Dama por un día o en Un gánster para un milagro convierte a una pobre viejecita en una duquesa. Si pensamos que Sucedió una noche, una comedia estimulante y perfecta, y esta sí que poco moral, es de 1934, no podemos sino maravillarnos; como no sea alguna de Lubitsch no se había hecho antes nada comparable. Lo mismo podría pasarnos si pensamos que Caballero sin espada es de 1939; podría admitir hoy mismo una lectura política de plena actualidad.
Admiramos a Capra, no tanto porque buena parte de sus películas sean fábulas morales como porque son un prodigio de exactitud e inventiva. Están llenas de detalles estimulantes. Es como uno de esos grandes escritores en cuyas obras no hay una palabra mal escrita o mal colocada. Su planificación jamás es rutinaria. Nunca sabemos qué plano va a seguirle a otro ni cómo se resolverán las situaciones. Lo que sí sabemos es que cada secuencia se resolverá de la mejor manera posible desde el punto de vista fílmico.
De entre todas las películas de Capra hoy elegimos ¡Qué bello es vivir!, una que ha visto todo el mundo. En televisión la han pasado mil veces, la mitad de ellas en Navidad. Pero eso no importa, se puede ver otra vez en cualquier momento. Siempre encontraremos en ella algo nuevo.
Como conviene a un film de Capra, el protagonista, George Bailey, es un joven que quiere ser alguien y hacer el bien a los demás. Pero el rico y desaprensivo Mr. Harry Potter, (sí ¡Harry Potter!, ¿quién lo iba a decir?), y las circunstancias históricas y familiares, hacen que finalmente le salgan tan mal las cosas que... Decide suicidarse. Ese es un momento estupendo: cuando está a punto de hacerlo, ve cómo otro ser lucha con las aguas, por lo que nuestro hombre (ya no es tan joven) se lanza al río no para suicidarse sino para salvar a un hipotético suicida.
Una vez abandonada la idea del suicidio, le dice al ser que ha salvado (que lo ha salvado a él) que desearía no haber nacido. Entonces ese ser, su ángel de la guarda, le muestra cómo sería el mundo sin George Bailey. Sería extraño y en absoluto parecido al que conoce. Como no estaba vivo no habría podido salvar a una señora a la que el boticario iba a envenenar por equivocación, ni hubiera podido casarse con Mary Hatch, con la que ha tenido tres hijos preciosos. Si no hubiera sido por él, su hermano habría muerto de pequeño, debido a lo cual no hubiera podido ir a la guerra, debido a lo cual no hubiese podido ser un héroe, debido a lo cual hubieran muerto muchos de los suyos, debido a lo cual... Nuestro idealista cae en la cuenta de que, a pesar de los pesares, él es insustituible; y la vida algo maravilloso, un milagro de la creación o de la materia.
viernes, 3 de septiembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

No hay comentarios:
Publicar un comentario