Los camareros del cine
aparecen sólo un instante pero muchas
veces éste es inolvidable. Blake Edwards lo sabe muy bien. ¿Quién no recuerda
al de ¿Víctor o Victoria? ¿Y a uno de
los que aparecen en El guateque? Desfile de Pascua no es una película muy
renombrada aunque sí suficientemente nombrada, pues se trata de un musical en
el que el protagonista baila en una juguetería; además, en ella habla un camarero
que además de inolvidable es “filósofo”.
Contiene
una secuencia que no se graba en la memoria por la complejidad de los
planteamientos ni por la insólita hermosura de la imagen ni por la sutil
realización, ni siquiera por los aéreos pasos de Fred Astaire. Lo que la hace
inolvidable es la gracia de la situación, la chispa del diálogo. El protagonista, al que acaba de abandonar su
pareja --de baile y tal vez de algo más--, está en la barra y habla con el camarero. Le
pregunta: “¿Tienes algo que me haga olvidar?”.
“¿Cómo es ella?”, replica el camarero. Fred Astaire le dice que muy
guapa. El camarero le llena el vaso.
Refiriéndose
a ella, el chico de la película le dice al camarero: “Dice que no quiere ir a
Chicago”. El camarero le replica: “Se va más deprisa viajando solo”. El chico:
“Apuesto a que sabes mucho de mujeres”. El camarero: “Naturalmente, llevo
soltero todo la vida”. Llega el amigo del chico, con cara de disgusto. El
camarero le pregunta: “¿Qué le sirvo, rubia o morena?”. El chico le dice al amigo que puede lograr
que una cualquiera de las chicas que bailan y cantan en el bar llegue a ser tan
buena como Nadine, la mujer que lo ha abandonado. El amigo lo duda.
El chico le da su tarjeta a la que luego será la chica, nada
menos que Judy Garland, le dice que le pagará diez veces más de lo que cobra y
que vaya a verlo al día siguiente. La secuencia finaliza con una canción. Poco
antes hay otra intervención del camarero. Fred Astaire pregunta: “¿La
necesito?”. El camarero le contesta: “Nadie es una isla, cada hombre es parte
del continente, parte importante”.
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