Hay
unas cuantas películas que muestran la situación de un país en una época
conflictiva o desgraciada. Peter Weir mostró la Indonesia de Sukarno en El año que vivimos peligrosamente, Roger Spottiswoode la
Nicaragua de Somoza en Bajo el fuego, John Boorman los excesos
de la dictadura militar birmana en Más
allá de Rangún... Una gran película de este tipo es Desaparecido, de Constantin Costa-Gavras,
un director que ha hecho verdaderas joyas del cine de denuncia política, entre
las que se encuentran Z y La caja de música, por citar dos
realizadas en países distintos y con varios décadas de distancia.
Desaparecido cuenta la verdadera desaparición de Charles, un joven
norteamericano, durante los primeros días del Golpe de Pinochet, así como las
tribulaciones del padre, Ed Horman,
cuando decide ir a Chile a buscarlo. Como todo lo que se nos cuenta es
cierto, nos acongojan intensamente tanto el estado de indefensión en que se
halla la joven esposa como la situación que se vive en las calles o el estado
de terror en que se encuentran los ciudadanos.
El
comienzo es perfecto. Vemos lo absurdo de aquella violencia, la iniquidad de
aquel estado de sitio, en el que las personas pueden seguir viviendo o ser
asesinadas dependiendo de que puedan o no puedan coger la guagua a la hora
prevista. Luego, cuando llega el padre
en busca del hijo, la película se estructura en torno a las indagaciones que ha
de hacer Ed por su cuenta, una vez que comprende que en la Embajada no lo van a
ayudar y que su nuera no es tan inconsciente como él creía. “Si se hubiera
quedado donde estaba, nada de esto hubiera ocurrido”, había dicho antes.
Ed
comprende que debe indagar por su cuenta –en el Estadio Nacional, en los
hospitales, en las morgues, preguntando
a las
personas que lo vieron por última vez--. Pasa por estados de indefensión
y de desesperación hasta que se da cuenta de que a su hijo lo “desaparecieron”
sólo porque preguntó, que lo mataron los chilenos de Pinochet, con la
aprobación norteamericana, sólo porque era algo fisgón, porque una vez en Viña
del Mar unos tipos supusieron que él supuso la verdad: que los norteamericanos
estaban implicados en el Golpe. “¿En qué mundo vivimos?”, se pregunta entonces.
Al final, cuando regresa a su país llevando consigo a su
nuera, después de que en la Embajada le prometan que le enviarán el cadáver, le
dice a uno que va a demandar a once funcionarios norteamericanos, entre ellos a
Henry Kissinger. “Ése es su privilegio”, le contesta aquél. “No, ése es mi
derecho”, replica Ed Horman.
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